El rapto de Proserpina Peter Paul Rubens

Ubicación
Museo Nacional del Prado
Dimensiones
181 x 271,2 cm
Fecha
1636 - 1637
Soporte
Óleo sobre lienzo

Sonia Casal Valencia
Doctoranda en Historia del Arte y Máster en Estudios Avanzados de Historia del Arte Español
En este lienzo, Rubens sitúa en el centro de la composición la figura de un rudo hombre de alborotadas cabelleras castañas que agarra, en un violento gesto, a una joven mujer rubia que, por la propia acción inesperada, queda prácticamente desnuda cubriéndose su cuerpo únicamente desde las caderas hasta las pantorrillas por un manto rojizo. El hombre, sentado sobre un imponente carro dorado, es ayudado a escapar de la escena por dos angelillos alados que azuzan a unos caballos negros para que reanuden su marcha.
En el lado opuesto, a la izquierda de la composición, tres mujeres intentan impedir el rapto de la joven. Dos de ellas, vestidas de manera similar a la protagonista, animan a una tercera, ataviada con coraza y casco, que estira su brazo derecho hacia el hombre intentando, así, que quite sus brazos de la muchacha.
La violencia y movimiento de la escena provoca que los ropajes de los personajes creen grandes vuelos y el propio caos generado por la irrupción del hombre hace disponer un cesto en primer plano de manera horizontal del que salen diversas flores que se esparcen por un suelo terroso que contrasta con el intenso azul del cielo que se va oscureciendo en la parte derecha de la composición.
De acuerdo a las Metamorfosis de Ovidio, poema realizado por el poeta romano mezclando mitología e historia, esta escena representa el Rapto de Proserpina. El mito cuenta que Venus, diosa romana del amor, ordenó a su hijo Cupido que lanzase una flecha a Plutón, dios del Inframundo, para que se enamorase. La flecha surtió efecto y Plutón se enamoró de Proserpina, hija de Ceres, diosa romana de la agricultura y las cosechas, y de Júpiter, dios por excelencia de la mitología romana.
Proserpina, de la que se dice era bellísima y sumamente encantadora, se encontraba un día junto a otras ninfas bañándose y recogiendo flores cuando de repente, Plutón surgió del subsuelo en su carro dorado tirado por caballos negros y se llevó a la joven violentamente hacia su reino para convertirla en su esposa. Momentos después del rapto, Ceres, madre de Proserpina, desesperada por no encontrar a su hija, fue a buscarla por todo el mundo, sin poder hallarla sumiéndose, por ello, en una profunda tristeza. La furia y la angustia que sentía ante la ausencia de su primogénita hizo que comenzase a vagar por la tierra impidiendo el nacimiento y crecimiento de frutas y verduras.
Preocupado por la situación, Júpiter envío a Mercurio, mensajero de los dioses, para que ordenase a Plutón liberar a su hija Proserpina. El dios del inframundo accedió a la petición pero antes hizo comer a la joven seis semillas de granada, símbolo de fidelidad en el matrimonio, una por cada mes que tendría que convivir con él en su reino. De esta forma, Proserpina pasaba seis meses al año con su madre quien se hallaba feliz y permitía el crecimiento de los alimentos. En cambio, durante los meses restantes de estancia en el inframundo, Ceres se entristecía e impedía el nacimiento de productos. Es así como la mitología romana explica las estaciones del año pues cuando Ceres está contenta y las frutas y verduras crecen se desarrollan los meses pertenecientes a las estaciones de primavera y verano. Por otra parte, cuando Proserpina está en el inframundo con Plutón, Ceres impide ese crecimiento de alimentos produciéndose las estaciones de otoño e invierno.
De acuerdo a este mito, la escena representada por Rubens corresponde al momento exacto en que Plutón, en su carro dorado tirado por caballos, rapta a Proserpina mientras Minerva, diosa de la estrategia militar (de ahí su armadura, casco y escudo), y las otras dos mujeres restantes, que podrían ser ninfas o, según otros escritos, Venus y Diana, intentan impedir la acción.
El lienzo a tratar forma parte de un conjunto de más de sesenta pinturas que se encargaron a Rubens hacia 1636 para decorar la llamada Torre de la Parada, proyecto arquitectónico desarrollado por el rey Felipe IV para sus extensas jornadas de caza. El palacete, ya desaparecido, estaba situado a las afueras de la ciudad, en el monte de El Pardo, y servía como descanso del monarca en las citadas jornadas cinegéticas siendo su mayor atractivo, precisamente, la decoración pictórica del mismo.
Pese a que el ciclo de pinturas se basó en los propios bocetos realizados por Rubens, lo cierto es que el pintor flamenco únicamente realizó poco más de una docena, siendo las restantes obra de colaboradores habituales. Además de los cuadros de temática mitológica, la Torre de la Parada contaba con lienzos paisajísticos, perros de caza, filósofos y retratos reales realizados por diversos pintores como Peter Snyders o Diego Velázquez que aumentaban la cifra en más de 170 pinturas.
La destrucción prácticamente total del edificio en 1714 por un incendio provocado durante la conocida como Guerra de Sucesión Española impide un mejor estudio de su programa pictórico pues muchas obras fueron destruidas. No obstante, la inclusión de lienzos paisajísticos o de retratos de la familia real parecen hacer una clara alusión al fin último de la Torre de la Parada como lugar de caza en la que descansaban los propios miembros de la familia. Sin embargo, el impresionante conjunto de temática mitológica quizás entraña mayores dudas, pues no responden, al parecer, a ningún fin propagandístico sino a una mera decoración de las paredes del palacete. La elección de las Metamorfosis de Ovidio como principal fuente a la hora de realizarlos parece indicar un conocimiento por parte del rey de un libro que alcanzó grandes cotas de fama y reputación por lo que podría reconocer las historias representadas e, incluso, instruir en mitología al malparado príncipe heredero Baltasar Carlos.
Reconocer una obra pintada por Peter Paul Rubens no es del todo difícil puesto que el artista muestra unas características comunes en cada lienzo que realiza. Primeramente, en la inmensa mayoría de sus pinturas se presenta un marcado movimiento en las figuras y sus vestimentas, situándose muchas de ellas en un pronunciado escorzo como el que aquí demuestra la propia Proserpina, acentuando la gravedad de la situación con un rostro desencajado fruto de la desesperación.
La paleta de colores utilizada por el pintor flamenco indica una notable presencia de intensos azules, especialmente para los cielos, y rojos o burdeos para muchos de los mantos y ropajes de los personajes. Como contrapunto, el abundante número de protagonistas desnudos o semidesnudos hace que la blancura o rosadez de sus pieles destaque en las composiciones.
Precisamente esta querencia a mostrar cuerpos desprovistos de telas hace que se remarque la musculatura fuerte y robusta en las figuras masculinas, mientras que sus homólogas femeninas presentan una mayor sensualidad y carnalidad del que buen ejemplo son las famosas Tres Gracias o la misma Proserpina en el citado lienzo. De hecho, la similitud mostrada entre las numerosísimas figuras femeninas de los cuadros de Rubens ha alimentado una teoría que indica que el rostro y cuerpo representados pertenecen a la segunda esposa del pintor, treinta y seis años menor que él.