La alegría de vivir Henri Matisse
Ubicación
Barnes Foundation (Philadelphia))
Dimensiones
175 x 241 cm
Fecha
1905-1906
Soporte
Óleo sobre lienzo
Sonia Casal Valencia
Doctoranda en Historia del Arte y Máster en Estudios Avanzados de Historia del Arte Español
En esta pintura se observa, en primer plano, la figura de una mujer desnuda tumbada en el suelo tocando un instrumento musical de viento similar a una flauta y ajena a la pareja que se encuentra a su izquierda quienes, también desprovistos de ropa, se abrazan de tal forma que queda oculto el rostro de la mujer.
Tras ellos, en un segundo plano, a izquierda y derecha de la composición, se hallan diferentes figuras rodeadas de coloridos árboles mostrando actitudes diversas al encontrarse uno recogiendo flores, otra colocándoselas por el cuerpo, otros abrazándose y el último vigilando o cuidando lo que parece ser un rebaño de ovejas o cabras. Entre este homogéneo grupo se disponen, tumbadas sobre el césped, dos sinuosas figuras femeninas desnudas en posiciones opuestas de tal forma que una de ellas se encuentra de espaldas al espectador y su compañera, de cabelleras azuladas, se muestra de frente.
Detrás de esta pareja femenina se representa un grupo de seis personas que, agarradas por las manos y formando un círculo, parecen divertirse saltando y jugando, en una escena muy similar a la obra de este mismo artista titulada La danza.
Con respecto a los colores que inundan el cuadro son de lo más diversos utilizando tonalidades rosadas y azuladas para las personas y verdosas, amarillas y anaranjadas para la vegetación que compone esta escena al aire libre. Cabría destacar, además de la utilización cromática libre, es decir, sin atribuir los colores reales a los objetos, la utilización de tonalidades más oscuras, como el verde y rojo, para perfilar las figuras, especialmente llamativo en los dos personajes femeninos centrales.
Esta escena, que se podría tildar como bucólica, no parte totalmente del imaginario de Henri Matisse, sino que está reflejando un mundo que tiene su origen en la mitología griega. Se trata de Arcadia, un territorio situado en el Peloponeso que la literatura y pintura moderna transformaron de un lugar pobre, yermo y desprovisto de todos los placeres de la vida, a un espacio paradisíaco, lleno de vegetación y ocio donde sus habitantes, principalmente pastores, se dedicaban a bailar, cantar, jugar, enamorarse o directamente, descansar.
Estas acciones son precisamente las que refleja el artista francés en este colorido cuadro cuyas tonalidades, unido a las propias actitudes de los protagonistas, crean una sensación de calma y tranquilidad propias de este lugar utópico.
Nacido en una pequeña localidad al norte de Francia en 1869, Henri Matisse es considerado uno de los artistas más importantes e influyentes del siglo XX. Con 20 años, cuando se encontraba en París estudiando Derecho, tuvo apendicitis y, durante su convalecencia, su madre le llevó elementos para pintar para que se entretuviese. Es en ese momento cuando el joven descubre un mundo nuevo comenzando a asistir a diversas clases y talleres de pintura y a conocer a los que, en los años venideros, serían artistas de renombre como Rouault o Dufy.
La conjugación y asimilación de las influencias de genios como Van Gogh, Gauguin o Cézzane dio como resultado el inicio de una nueva vanguardia conocida como fauvismo junto con otro artista importante, André Derain. Este término fue acuñado en 1905 cuando, en su primera exposición, un crítico los denominó fauves, es decir, salvajes, dando lugar al citado vocablo que se refiere a este movimiento efímero de principios de siglo que solo tuvo tres exposiciones destacadas pero que dio comienzo a una consecución de nuevas y diferentes formas de hacer arte que constituyen unas de las décadas más prolíficas de la Historia del Arte.
El mundo del arte comienza a experimentar cambios y revoluciones importantes desde los últimos años del siglo XIX con los llamados impresionistas y postimpresionistas cuyas obras suponen una ruptura drástica con lo que se venía haciendo con anterioridad pues ya no buscaban plasmar la realidad y poner el foco en las figuras, sino que su interés principal era la luz y el momento, es decir, reflejar algo único e irrepetible que, en otro día o instante, supondría una visión distinta.
Como todo cambio, en un mundo tan academicista y clásico como era el arte de aquel tiempo, fue incomprendido y denostado por muchos, pero también supuso una vía de experimentación para artistas futuros. Este es el caso de los pintores que se enmarcan dentro de la vanguardia conocida como fauvismo, como es la obra a tratar, un movimiento llevado a cabo en los primeros años del siglo XX y caracterizado por el uso del color como eje vertebrador de la composición supeditando el dibujo, el realismo y la perspectiva a ello.
La técnica fauvista limita las propias formas con colores aplicándolos de manera rápida, con trazos toscos que le otorgan la espontaneidad e inmediatez que buscan los artistas de esta vanguardia quienes estudian y juegan con los colores primarios, secundarios y complementarios. Defienden una actitud absolutamente libre y rebelde con respecto a la pintura alegando que el uso de uno u otro color transmite diferentes sentimientos y puede ser percibido de forma distinta dependiendo de la persona o de su estado emocional.