La Rendición de Breda Diego Velázquez
Ubicación
Museo Nacional del Prado
Dimensiones
307, 3 x 371,5 cm
Fecha
1635
Soporte
Óleo sobre lienzo
Sonia Casal Valencia
Doctoranda en Historia del Arte y Máster en Estudios Avanzados de Historia del Arte Español
En esta pintura, Velázquez sitúa en el centro de la composición a los dos personajes principales tras los que se disponen sendos grupos de figuras masculinas. El protagonista de la izquierda, ataviado con ropajes de color parduzco y adornos en oro, se inclina ligeramente hacia delante al mismo tiempo que estira su brazo derecho para entregar una contundente llave negra al personaje que tiene en frente. Este, vestido con coraza negra y banda carmín, coloca su mano derecha sobre el hombro de su adversario impidiendo que se arrodille, mientras que con la izquierda sostiene un sombrero y un bastón de mando de madera.
El numeroso grupo situado a la izquierda de la composición se nutre de diferentes figuras masculinas jóvenes que, aunque con ropajes distintos, parecen mostrar una común cabellera rubia o castaña. Algunos de ellos sostienen lanzas que a duras penas sobrepasan la altura de sus cabezas y que se disponen en diferentes posiciones. De entre estos individuos cabría reparar en aquel vestido de verde portando sobre su hombro un arma de fuego pues dirige su mirada directamente al espectador, como si quisiese llamar su atención para que repare en lo que está sucediendo. Unos metros más atrás se dispone otro joven de camisa blanca que parece estar manteniendo una conversación que observa atentamente el magnífico caballo situado tras él y del que solo se aprecia su cabeza.
En el conjunto situado en frente, en cambio, el caballo que se representa no muestra su rostro, sino unos realistas cuartos traseros excelentemente ilustrados con unos magistrales efectos de luz que aportan textura al pelaje. Ambos caballos actúan como paréntesis de la escena, pues encierran sus respectivos grupos. En cuanto al propio conjunto de personas, que es incluso más numeroso que el citado anteriormente, las diferentes figuras, de cabelleras oscuras y mayor edad, se amontonan en el reducido espacio portando una bandera ajedrezada y creando en la fila trasera una pared de incontables lanzas cuya altura y número supera con creces las de sus adversarios. Como ocurría en el grupo de la izquierda, hay hasta tres personajes que dirigen su mirada hacia el espectador, destacando el situado a la derecha del caballo, vestido con ropajes grises y un sombrero del mismo color.
Esta curiosa disposición de los individuos en el cuadro permite apreciar un segundo plano en el que se representan personajes vestidos de manera similar al resto, portando diversas banderas y desfilando en un espacio repleto de tiendas de campaña. Tras esto, se ilustra un fondo paisajístico de tonalidades frías en las que todavía es posible atisbar colinas de humo. Este elemento permite deducir que previamente había fuego y, por lo tanto, una cruenta batalla.
Efectivamente, la escena que representa Velázquez se produce tras la rendición de la ciudad de Breda, población perteneciente a las entonces llamadas Provincias Unidas de los Países Bajos en el contexto de la conocida como Guerra de los Ochenta Años, conflicto bélico que enfrentaba a las citadas provincias contra su soberano, el rey español, con el fin de conseguir la independencia. Tras doce años de tregua, en 1621, año en que sube al trono Felipe IV, se reanuda la batalla pues el monarca quería recuperar una plaza tan importante y estratégica como Breda para poder acometer conquistas posteriores. Para ello, nombra al genovés Ambrosio de Spinola, uno de los mejores estrategas militares del momento, como jefe de la operación al cual acompañaban otros generales importantes como el Marqués de Leganés o Carlos Coloma, hombres de gran experiencia en la batalla. La táctica empleada por Spinola fue impedir que las tropas neerlandesas, comandadas por Justino de Nassau, pudiesen recibir víveres y municiones con las que seguir luchando. Para tal efecto, el genovés anegó los terrenos colindantes para impedir que la ayuda llegase. De esta forma, y pese a la heroica defensa de Breda, finalmente la ciudad se rindió. La valentía mostrada por los holandeses fue reconocida y admirada por los españoles por lo que se les permitió salir formados con sus banderas en alto y sin la más mínima humillación. Además, Spinola esperó extra muros a Nassau para mostrarle sus respetos, momento precisamente elegido por Velázquez para la representación de este cuadro.
Los protagonistas centrales del lienzo son, por tanto, Justino de Nassau, a la izquierda, y Ambrosio de Spinola, a la derecha, quien, con su brazo, impide que el holandés se arrodille y se humille mientras entrega las llaves de la ciudad de Breda al ganador de la batalla. Tras Nassau, un ejército de jóvenes holandeses asume la derrota sosteniendo hasta cinco pequeñas lanzas que simbolizan su escaso número de combatientes y la inexperiencia y desorganización de los mismos. En cambio, tras Spinola, aparece un grupo de militares mucho más numeroso y experimentado, pues sus rostros muestran una edad adulta. Asimismo, la cifra, altura y rectitud de las lanzas pretenden demostrar una mejor organización y veteranía en la batalla. De entre sus cabezas, aparece una bandera ajedrezada azul y blanca atravesada por una cruz roja, emblema de los Tercios de Flandes de Spinola. Por otro lado, en el segundo plano se advierte la presencia de los holandeses formados saliendo de Breda y portando la bandera tricolor de sus Provincias, dejando atrás el campamento militar que les servía de descanso.
Además de los reconocidos Spinola y Nassau, es probable que haya otros generales de la época retratados por Velázquez entre la multitud del ejército español, pues no solo conoció en persona al genovés, sino que pudo tener contacto con otros personajes relevantes del momento. De hecho, la importancia de esta victoria bélica pudo ser el motivo principal de que exista una hipótesis que advierte la presencia del propio autorretrato del pintor en el lienzo. El personaje situado a la derecha del caballo, ataviado con ropajes y sombrero gris, muestra unos rasgos faciales muy similares a los que se puede ver, por ejemplo, en Las Meninas, pintura en el que el artista se retrata. Además, si se repara en el trozo de papel rectangular situado en la esquina inferior derecha de la composición, en perpendicular al citado personaje, esta teoría podría cobrar todavía más fuerza pues Velázquez no llega a firmar el lienzo en este lugar, quizás porque ya se había representado y porque una pintura de estas características solo podría haber sido realizada por un genio de esta maestría.
Esta obra, conocida como La rendición de Breda o Las lanzas, por el protagonismo de este elemento, fue realizada para un espacio denominado Salón de Reinos, situado en el desaparecido Palacio del Buen Retiro. Esta villa, que estaría ubicada junto a la iglesia de San Jerónimo el Real y cuyos jardines serían parte de lo que actualmente es el Parque del Retiro, fue mandada construir por Felipe IV en la primera mitad del siglo XVII como residencia de recreo, de ahí su nombre. De todas sus estancias, el Salón de Reinos era, sin duda, la más importante, pues era el lugar elegido por el monarca para la recepción de otros soberanos y embajadores de las cortes europeas por lo que el rey buscaba impresionar a los visitantes con una decoración suntuosa que mostrase un dominio del imperio español que realmente estaba en franca decadencia.
El programa iconográfico de este espacio rectangular se componía de doce lienzos que mostraban las grandes batallas ganadas por Felipe IV en sus primeros años de reinado y, entre esta docena de pinturas, se dispondrían otras diez que ilustrasen los diferentes trabajos de Hércules, pues la dinastía de los Habsburgo se consideraba descendiente de este héroe. Pese a que todos estos cuadros del semidios fueron realizados por Francisco de Zurbarán, en los lienzos de batallas participaron diversos artistas como Juan Bautista Maíno, Antonio de Pereda, Eugenio Cajés o el propio Diego Velázquez. La decoración se completaba con la inclusión en las paredes cortas de los retratos velazqueños de Felipe III y Margarita de Austria, frente a los de Felipe IV e Isabel de Borbón, entre los que se situaba, sobre la puerta, el retrato ecuestre del hijo de ambos, el príncipe Baltasar Carlos. De esta forma, se mostraba la importancia de la monarquía hereditaria y la sucesión dinástica. Por último, la bóveda incluía los escudos de los veinticuatro reinos y dependencias del imperio.
Actualmente, el Salón de Reinos sigue existiendo, aunque con ciertas modificaciones, y se espera su reapertura como sala de exposiciones dependiente del Museo Nacional del Prado, donde se encuentran todas las pinturas citadas como decoración de la estancia.
Diego Velázquez es, casi sin asomo de duda, el mejor pintor español de todos los tiempos no solo por la ingente cantidad de obras realizadas para la Corte y para otros comitentes, sino también por la maestría que demuestra en cada una de sus pinturas. En todas ellas, el realismo es la base sobre la que se componen cada uno de los elementos, presentando un alto contenido de detalles naturalistas en todos ellos.
Otra de las características principales de su obra es la profundidad que imprime en la mayoría de sus pinturas a través de lo que se conoce como perspectiva aérea o atmosférica. Esta técnica consiste en crear sensación de profundidad a través del empleo de colores fríos al fondo y de un dibujo menos perfilado que en el primer plano. La citada perspectiva aérea es totalmente perceptible en la obra a tratar, así como en otras del autor que se encuentran en el propio Museo Nacional del Prado.
Por último, cabría destacar la peculiar manera que Diego Velázquez tenía de enfrentarse a una obra pues realizaba lo que se conoce como pintura alla prima, es decir, sin realizar bocetos previos. Este hecho provocaba que, en ocasiones, tuviese que corregir elementos o posiciones sobre la propia pintura aplicada lo que, siglos después, da lugar a los llamados “arrepentimientos”, manchas de pintura que indican la idea original modificada por el artista que, aunque en su momento era totalmente imperceptible, el paso de los siglos provoca, especialmente con los colores oscuros, su aparición. De hecho, en La rendición de Breda se puede observar claramente uno de estos arrepentimientos en el sombrero del soldado español situado en última fila y a la izquierda.