Literatura marca España
Desde que Felipe II convirtiera a Madrid en la capital del Imperio Español, la villa y corte ha sido una de las ciudades más utilizadas como espacio o tópico dentro de las letras de nuestros autores.
De una manera u otra, a todos nos sonarán los itinerarios que Benito Pérez Galdós mostrara en Fortunata y Jacinta por el Madrid de los Austrias, el famosísimo Callejón del Gato en el que Valle-Inclán situara a Max Estrella o las crónicas de Francisco Umbral dedicadas a “la movida”.
No todos esos rincones, sin embargo, han recibido la misma atención. Sabemos de los tormentos que Francisco de Quevedo ejercía sobre Luis de Góngora en su domicilio del ahora llamado “Barrio de las Letras”, pero ¿recordamos igual los insultos y las bromas que hiciera el poeta cordobés acerca del río Manzanares? ¿Nos acordamos hoy de María de Zayas, llamada “la sibila de Madrid” por autores del barroco, y las descripciones que realizara sobre “la Babilonia de España”? ¿Y qué hay de los otros espacios descritos por Galdós, menos “glamurosos” que la Plaza del Oriente o la calle de San Ginés? ¿Recordamos los ojos con que veía, por ejemplo, al distrito de Arganzuela?
“Al ver, pues, las miserables tiendas, las fachadas mezquinas y desconchadas, los letreros innobles, los rótulos de torcidas letras, los faroles de aceite amenazando caerse; al ver también que multitud de niños casi desnudos jugaban en el fango, amasándolo para hacer bolas y otros divertimientos; al oír el estrépito de machacar sartenes, los berridos de pregones ininteligibles, el pisar fatigoso de bestias tirando de carros atascados, y el susurro de los transeúntes, que al dar cada paso lo marcaban con una grosería, creyó por un momento que estaba en la caricatura de una ciudad hecha de cartón podrido. Aquello no era aldea ni tampoco ciudad; era una piltrafa de capital, cortada y arrojada por vía de limpieza para que no corrompiera el centro.”
Benito Pérez Galdós. La desheredada, 1881.
En este apartado queremos rescatar aquellas visiones de Madrid descritas por los autores, como método de reconocer nuestra ciudad no solo desde la mitificación literaria, sino también a partir de lo curioso, lo oculto u olvidado.