
Vicente Gonzalez
Doctorando en Literatura HIspanoamericana y Máster en Estudios Literarios
El (otro) Madrid de Galdós (I): El "Barrio de las Peñuelas"
Quienes conocemos la obra del novelista canario estamos familiarizados con muchos de los clásicos espacios matritenses que Galdós da en describirnos: desde las Cortes a Santa Ana, la Plaza Mayor o la Cava Baja, son innumerables las referencias que tenemos del Madrid galdosiano.
No tan conocidas son, sin embargo, descripciones situadas un poco al sur del Centro de Madrid. Queremos hoy rescatar una curiosa pintura que el novelista hiciera de la zona de Arganzuela. Seleccionamos, en concreto, el entorno de la Plaza de las Peñuelas. Más que por bello, solemne o regio, Benito Pérez Galdós elige, a modo de escenario de varios capítulos de su novela La desheredada (1888), el por entonces conocido como “Barrio de las Peñuelas”. En la obra, Isidora es una joven huérfana erróneamente convencida de que tiene orígenes nobiliarios. En uno de los primeros capítulos, la protagonista llega a la ciudad de Madrid después de la muerte de su padre. Durante su segundo día en la ciudad, Isidora camina desde el centro de Madrid hasta lo que hoy conocemos como el distrito de Arganzuela, que, por aquel entonces, era uno de los barrios más marginados de Madrid.
La primera de ellas, situada en el capítulo II de la obra, describe la primera impresión de Isidora mientras camina hacia la casa de una pariente lejana, y se construye como el símbolo de un destino que la protagonita desea evitar a toda costa:
“Las ocho serían cuando salió para hacer verdadero lo imaginado; pero como tenía que ir desde la calle de Hernán Cortés a la de Moratines, en el barrio de las Peñuelas, deteniéndose y preguntando por no conocer muy bien a Madrid, ya habían dado las diez cuando entró por el conocido y gigantesco paseo de Embajadores. No le fue difícil desde allí dar con la morada de su tía. A mano derecha hay una vía que empieza en calle y acaba en horrible desmonte, zanja, albañal o vertedero, en los bordes rotos y desportillados de la zona urbana. Antes de entrar por esta vía, Isidora hizo rápido examen del lugar en que se encontraba, y que no era muy de su gusto. Tenía, juntamente con el don de imaginar fuerte, la propiedad de extremar sus impresiones, recargándolas a veces hasta lo sumo; y así, lo que sus sentidos declaraban grande, su mente lo trocaba al punto en colosal; lo pequeño se le hacía minúsculo, y lo feo o bonito enormemente horroroso, o divino sobre toda ponderación.
Al ver, pues, las miserables tiendas, las fachadas mezquinas y desconchadas, los letreros innobles, los rótulos de torcidas letras, los faroles de aceite amenazando caerse; al ver también que multitud de niños casi desnudos jugaban en el fango, amasándolo para hacer bolas y otros divertimientos; al oír el estrépito de machacar sartenes, los berridos de pregones ininteligibles, el pisar fatigoso de bestias tirando de carros atascados, y el susurro de los transeúntes, que al dar cada paso lo marcaban con una grosería, creyó por un momento que estaba en la caricatura de una ciudad hecha de cartón podrido. Aquello no era aldea ni tampoco ciudad; era una piltrafa de capital, cortada y arrojada por vía de limpieza para que no corrompiera el centro.”
Más adelante, nos presenta Galdós una escena en el mismo barrio, totalmente irreconocible. Donde ahora encontramos el Paseo de las Acacias, por entonces era un ¡campo de coles!
“La línea de circunvalación atraviesa esta soledad. Parte del suelo es lugar estratégico, lleno de hoyos, eminencias, escondites y burladeros, por lo que se presta al juego de los chicos y al crimen de los hombres. Aunque abierto por todos lados, es un sitio escondido. Desde él se ven las altas chimeneas y los ventrudos gasómetros de la fábrica cercana; pero apenas se ve a Madrid. Hay un recodo matizado de verde por dos o tres huertecillas de coles, el cual sirve de unión entre la plaza de las Peñuelas y la Arganzuela. En este recodo el transeúnte cree encontrarse lejos de toda vivienda humana. Sólo hay allí una choza guardada por un perro, dentro de la cual un individuo (...) cuida los plantíos de coles.”
El único elemento reconocible hoy entre todo lo descrito es el gasómetro que da nombre a la calle. Ahora, el que queda, por supuesto, dejó de funcionar hace más de cincuenta años. Hoy Arganzuela es sede de cines, de centros culturales como El matadero, edificios residenciales y numerosas zonas verdes. ¡Muy poco queda de aquella Peñuelas como la pintara Galdós!

